Homilía del Padre Emmanuel Schwab

2º Domingo de Adviento – Año B

1era lectura: Isaías 40, 1-5.9-11

Salmo: 84 (85), 9ab.10, 11-12, 13-14

2º lectura: 2 Pedro 3,8-14

Evangelio: Marcos 1,1-8

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Lo dije la semana pasada, el tiempo de Adviento es un tiempo de ejercicio espiritual para reavivar en nosotros el espíritu de vigilancia, para reavivar en nosotros la expectativa del Día del Señor, la expectativa que recordamos cada vez que celebramos la Eucaristía. en la aclamación que sigue a la consagración, la anamnesis: “Esperamos tu venida en gloria”. Esta expectativa se experimenta, por supuesto, en una renovación de nuestra vida de oración, tanto en la atención que le damos como en el tiempo que podemos dedicarle. Pero esta espera también debe afectar a nuestra vida y a nuestras acciones, porque es toda nuestra persona la que espera.

Esperamos la venida del Señor en gloria, esperamos, para usar las palabras de San Pedro, “El cielo nuevo y la tierra nueva donde residirá la justicia”. En este mundo tan injusto, en este mundo tan doloroso, tan violento, somos testigos de que Dios quiere justicia y paz para nosotros, que Dios trabaja el mundo desde dentro para transfigurarlo en su Reino. Y esto definitivamente se cumplirá en la venida en gloria de Cristo.

Cuando esperamos a amigos para comer en nuestra casa, nuestra espera es activa, porque si nos quedamos tumbados o sentados en un sillón, tranquilamente, esperándolos, cuando lleguen nada estará listo: la casa no habrá estado lista. hecho, la mesa no estará preparada, no habrá nada para comer y estos amigos encontrarán muy extraña nuestra forma de recibirlos. Si relacionamos esto con la expectativa de la venida del Señor en gloria, vemos claramente que tenemos que trabajar en esta expectativa. No voy a citar tal o cual pasaje que podemos leer en Santa Teresa del Niño Jesús, porque en cierto modo son demasiados... Hay muchos momentos en su vida en los que está esperando algo: dónde espera su primera comunión, donde espera el ingreso al Carmelo, donde espera tomar el hábito, donde espera los votos perpetuos, etc. Y este tiempo de espera es siempre para ella un tiempo dichoso en el que algo se vacía en ella, en el que algo se afirma en ella, porque es una espera activa. Lo que espera cambia su presente. ¿Cómo influye esta expectativa del Día del Señor en la forma en que vivimos? ? ¿Cómo esperamos verdaderamente al Señor en nosotros?

preparándose para su venida? “Preparad el camino del Señor”. Este camino del Señor es nuestra disposición a acogerlo, nuestra disposición a recibirlo.

Recordamos la primera venida del Señor en carne a Belén, hace unos 2000 años, para prepararnos para su venida en gloria al final de los tiempos. Pero entre estas dos venidas del Señor, la venida en carne y la venida en gloria, hay una tercera venida. El Señor nunca deja de venir a nosotros de muchas maneras, entre otras en el sacramento de la Eucaristía, donde el Señor se hace presente entre nosotros, atrayéndonos al misterio pascual. Pero también llega a nuestra vida de muchas otras maneras... El tiempo que vivimos, el paso de los días, los meses, los años, el paso de los segundos, los minutos y las horas, es en realidad el tiempo de Dios. San Pedro nos dijo explícitamente: “El Señor no tarda en cumplir su promesa, mientras algunos dicen que llega tarde. Al contrario, tiene paciencia contigo”. ¿Por qué es paciente? “Porque no quiere que algunos se pierdan, quiere que todos alcancen la conversión”.

El tiempo, el paso de segundos y minutos y horas, días, semanas y meses y años, es el tiempo de la paciencia de Dios. Cada mañana, al despertarme, se me ofrece un nuevo día de la paciencia de Dios con miras a mi conversión. El tiempo que me dan no me lo dan para endurecerme, sino para convertirme a lo que Dios quiere. Y lo que Dios quiere es que seamos salvos. ¿Y qué es ser salvo? Es ser santo. ¿Y qué es ser santo? Es amar como Dios ama.

Se trata, pues, de escuchar esta llamada y acoger el tiempo que pasa como el tiempo de la paciencia benévola de Dios en el que debemos entrar. Entrar en esta paciencia es tomar en serio que podemos y debemos convertir nuestra vida a la Palabra de Dios, aprendiendo a hacer lo que Dios pide. Esto es lo que nos dice Pedro: “Amados, mientras esperáis esto, haced todo lo posible para que seáis hallados sin mancha ni defecto, en paz”.

Pero también es entrar en la paciencia de Dios con nosotros mismos.

¡Cuán impacientes somos a menudo con nosotros mismos! Qué poco nos queremos, en el buen sentido. Tenemos muchas cosas que hacer y, al mismo tiempo, somos muy duros con nosotros mismos acerca de algunos de nuestros defectos. Basta con mirar cómo somos capaces de ponernos apodos cuando hemos hecho algo de lo que nos arrepentimos. Muchas veces nos falta paciencia con nosotros mismos… Y el riesgo, si no tenemos paciencia con nosotros mismos, es abandonar la batalla espiritual, decir “nunca lo lograré…”. La paciencia con uno mismo consiste, como Teresa, en no desanimarse nunca, sino al contrario, contar con la gracia de Dios que nunca nos faltará, retomando cada día, cada momento, el mismo trabajo, las mismas luchas para que, poco a poco, , logramos, como la gota de agua que cae siempre en el mismo lugar termina haciendo un agujero en la piedra, que nuestros esfuerzos, tan mínimos como una gota de agua que cae, pudieran ir cavando poco a poco en la piedra que llevamos dentro de nuestras faltas y nuestros pecados, por la gracia de Dios.

Sí, hermanos y hermanas, este tiempo de Adviento nos invita a renovar nuestra entrada en la paciente misericordia… o la paciencia misericordiosa de Dios.

“Es por vosotros que tiene paciencia porque no quiere que algunos se pierdan, pero quiere que todos alcancen la conversión”.

A esto nos invita San Pedro.

A esto nos invita San Juan Bautista.

Esto es lo que debemos querer.

Amén