Carmelo de Lisieux, 30 de septiembre de 1897, siete de la tarde. Muere sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz. Tristeza de la separación y esperanza del Día venidero, viven en sentimientos encontrados, el corazón de las monjas carmelitas; las hermanas de sangre de Therese; las hermanas que el mismo voto ha reunido a la sombra del claustro, por amor de Jesús.

Preparan el cuerpo de la joven monja de 24 años. Se erige una capilla ardiente en el coro de las hermanas. Celine toma una última fotografía. Las carmelitas dejan aflorar en sus labios las últimas palabras de sor Teresa en su oración: “No me muero, entro en la vida…” “No me arrepiento de haberme entregado al Amor…” “Me parece que Nunca he buscado otra cosa que la Verdad…” Y esta última palabra ya inscrita, en letras de oro sobre el altar mayor[1] de la cripta de la Basílica: “¡Oh!... lo amo, Dios mío, te amo !

El 13 de julio anterior, Sor Teresa confiaba: “No se imaginen que siento una alegría viva al morir […] No puedo pensar mucho en la felicidad que me espera en el Cielo; una sola expectativa hace latir mi corazón, es el amor que recibiré y el que podré dar. Y luego pienso en todo el bien que me gustaría hacer después de mi muerte: hacer bautizar a los niños pequeños, ayudar a los sacerdotes, a los misioneros, a toda la Iglesia… pero ante todo consolar a mis hermanitas…”

Durante 125 años, el deseo de Santa Teresa no ha sido negado. Ella mantiene su promesa inscrita en el tambor de la cúpula de la Basílica: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra… Haré caer una lluvia de rosas. Estamos, unos a otros, en deuda con él por muchas gracias recibidas de su intercesión con Jesús.

Es la confianza de Santa Teresita en la Misericordia de Dios lo que le da la audacia de pedir y orar a Jesús por todas nuestras intenciones. Teresa entendió que Él puede hacer cualquier cosa. Todo lo que tienes que hacer entonces es simplemente pedírselo y rendirte a Su voluntad. Puesto que Él “es sólo amor y misericordia”, quiere necesariamente nuestro bien.

El amor de Jesús infundido por el Espíritu Santo en el corazón de Teresa le permitió hacer este nuevo descubrimiento: “Comprendí que para ser santa había que sufrir mucho. Así concluye: “No quiero ser medio santa, no tengo miedo de sufrir por ti, solo tengo miedo de una cosa: cumplir mi voluntad, tómala, porque ‘yo elijo todo’. ¡lo que quieras!…"

“En la tarde del Amor, hablando sin parábolas”, Jesús vino a llevarla consigo para trabajar desde el Cielo en el campo de la Misión

Padre Olivier Ruffray, Rector del Santuario, para la edición de septiembre de la Reseña Teresa de Lisieux