Jueves Abril 17 2025

Jueves Santo – Año C

Homilía del Padre Emmanuel Schwab

1era Lectura: Éx 12,1-8.11-14

Psaume : 115 (116b),12-13,15-16ac,17-18

2º Lectura: 1 Cor 11,23-26 Evangelio: Jn 13,1-15

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Este año, la celebración del Misterio Pascual tiene lugar en un año santo que ocurre cada 25 años. La vía que se nos propone en el Año Santo es la de la indulgencia plenaria. Consiste en ir a un lugar de peregrinación designado por los obispos en su diócesis -como esta basílica- y allí vivir un proceso de conversión: dejándonos reconciliar con Dios y con la Iglesia en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y manifestando después nuestra comunión con la Iglesia, por una parte, proclamando el símbolo de la fe -la Credo — y luego orando por las intenciones del Papa, es decir uniéndonos a aquel que está al frente de todas las iglesias y uniéndonos a su oración. Se trata, después, de sellar esta comunión redescubierta con la Iglesia en el misterio de la Eucaristía, celebrando la Eucaristía y comulgando en ella... Después, después de haber rezado la oración que el Señor nos ha enseñado, se trata todavía de realizar un acto de misericordia. En cierto modo, es este acto de misericordia el que expresa todo el significado y el enfoque de la indulgencia plenaria y del año jubilar. Porque el fin de nuestra vida y el fin de la misión de Jesús es hacer al hombre capaz de amar como Dios ama: nuestra vocación es amar como Dios ama. Este proceso de indulgencia plenaria nos ayuda a tomar los medios para dejarnos renovar profundamente en el misterio de la caridad, es decir, retomar el camino del amor a Dios y del amor al prójimo, para retomar con fervor y decisión el camino por el cual aprendemos a amar a Dios más que a nada y a amar al prójimo como Cristo nos amó. Éste es el propósito de nuestra vida. Éste es el fin de toda piedad y especialmente de este Año Santo. Hoy, en esta celebración del Jueves Santo, escuchamos la historia del memorial de la Pascua con los hebreos, luego la historia de la institución de la Eucaristía, luego la historia del lavatorio de los pies. Este memorial de la Pascua y este memorial de la Eucaristía nos recuerdan constantemente la iniciativa de Dios. La iniciativa de Dios es una de las claves para comprender a Santa Teresita del Niño. Jesús. Si queremos comprender verdaderamente lo que vive Teresa, debemos escucharla y tratar de ver cómo describe constantemente las iniciativas que Dios toma en su vida, que ella sabe identificar y a las que responde con su propia vida.

Dios toma la iniciativa para salvar a su pueblo de Egipto. Y Jesús toma la iniciativa de dar su vida: "Nadie me quita la vida, dijo Jesús, "Yo soy quien lo da" (Jn 10,8). Cuando leemos con atención el Evangelio o los cuatro Evangelios juntos, vemos claramente cómo, en esta última semana, es Jesús quien tiene el mando y se deja llevar en el momento que ha decidido, porque es Él quien se dona. Esta iniciativa de Dios es siempre para nuestra salvación, es la expresión de su misericordia. Y el Señor nos enseña a entrar en esta misericordia, no sólo recibiéndola, sino también ejerciéndola hacia los hermanos. Podríamos decir que la misericordia es un movimiento que parte de Dios y va al prójimo, a través de nosotros. Se trata de dejarnos atravesar por la misericordia, recibirla para darla, darla para poder recibirla. " Y perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.(Mt 6,12:XNUMX).

En el lavatorio de los pies, Jesús explica un aspecto fundamental del misterio de la Eucaristía: la Eucaristía es Jesús que se entrega, Jesús que se entrega para destruir la muerte desde dentro, para arrancarnos del poder del pecado y de la muerte y, así, para salvarnos. La presencia que nos deja es una presencia dinámica. El Santísimo Sacramento es Jesús que se entrega, es la presencia entre nosotros de Jesús en un acto de ofrenda. Cuando venimos a recibir la comunión nos hacemos UNO con Jesús-que-se-da. Estamos como absorbidos por su acto de ofrecer, atraídos por su acto de ofrecer. El lavatorio de los pies nos dice que este acto de ofrenda al que nos conduce Jesús consiste particularmente en hacernos servidores de nuestros hermanos. Dar la vida es, muy concretamente, ponerse en cuerpo al servicio de los hermanos, del modo más humilde posible.

Cuando Teresa contempla el lavatorio de los pies, habla de ello sólo en un lugar, es en la oración para obtener la humildad. Y lo que nos cuenta al respecto es precisamente:

Oh Poderoso Monarca del Cielo, sí, mi alma encuentra descanso al verte revestido de la forma y naturaleza de un esclavo, rebajándote hasta el punto de lavar los pies de tus apóstoles. Recuerdo entonces estas palabras que dijiste para enseñarme a practicar la humildad: “Les he dado ejemplo para que también ustedes hagan lo que yo he hecho, el discípulo no es mayor que el Maestro…” (Pri 20 – Oración para pedir humildad)

Sólo podemos llegar a ser servidores de nuestros hermanos en la humildad. Sólo podemos vivir el misterio de la Eucaristía en la humildad, es decir, en la actitud de Jesús que es gentil y humilde de corazón. En el misterio de la Eucaristía, Jesús comparte con nosotros en cierto modo esta dulzura y humildad de corazón para que podamos vivirla. Pero nunca hay nada mágico, lo sabéis bien, en la vida espiritual; Lo que Dios nos da, está en nosotros ponerlo en práctica por y en la gracia de Dios.

Pero el viejo que hay en nosotros siempre está dispuesto a mostrar su fea cabeza. Así que cuando nos hacemos servidores de nuestros hermanos, nos sentimos tentados a buscar agradecimiento. Hice todo esto y ni siquiera recibí un gracias... Thérèse conoce esta tentación. Encontramos esto en el cuaderno amarillo, Madre Inés escribe: Sobre los sentimientos de los que a veces uno no puede defenderse, cuando, tras haber prestado un servicio, no recibe ninguna muestra de gratitud. Teresa:

Yo también, te lo aseguro, siento lo mismo que me cuentas; pero nunca me pillan, porque no espero ninguna recompensa en la tierra: todo lo hago por el buen Dios, así no puedo perder nada y siempre soy muy bien pagado por la molestia que me tomo para servir al prójimo.

Si por alguna imposible casualidad el mismo buen Señor no viera mis buenas acciones, yo no me sentiría en absoluto afligido por ellas. Lo amo tanto que quisiera poder complacerlo sin que él siquiera sepa que soy yo. Sabiéndolo y viéndolo, él está como obligado a "devolver", no quisiera darle ese problema...

Este lado infantil de Teresa, que desconcierta a muchos, es en realidad una actitud profunda de filiación: ella toma en serio el hecho de ser hija de Dios y de comportarse hacia Dios Padre como un niño, con la audacia de un niño y la alegría de un niño en dar placer.

Pidamos esta gracia, al celebrar la Eucaristía, de saber hacernos servidores de nuestros hermanos, sin esperar otra recompensa que las gracias que Jesús pronunciará en el Cielo cuando nos acoja.

Amén

Padre Emmanuel Schwab, rector del Santuario