Vea la homilía de Mons. Lebrun en la basílica de Santa Teresa de Lisieux el domingo 5 de enero de 2025
Solemnidad de la Epifanía
Basílica de Lisieux
5 enero 2025
Conferencias
Es 60, 1-6; Sal 71
Ep 3, 2-3a.5-6; Mateo 2:1-12
Homilía
“Y he aquí que unos Magos de Oriente llegaron a Jerusalén” (Mt 2).
Hermanos y hermanas, en la fiesta de la Epifanía vemos la gracia de atracción de Jesús. ¿Cuántas nacionalidades hay en la basílica esta mañana? Pienso en Estados Unidos, Perú, Madagascar, Costa de Marfil, Polonia, por no hablar de los viajeros que son magos por destino, por citar sólo los países de los que estoy seguro. Quizás también haya entre nosotros algunos miembros del pueblo elegido, del pueblo judío. Lo más seguro es que somos miembros de varios pueblos más allá de los mares.
En todos los países del mundo, hombres y mujeres, niños y ancianos, “vienen a ver”, un poco como los Reyes Magos. Esta es una de las cosas que más me toca en este momento en mi diócesis. Estudiantes de secundaria, estudiantes, jóvenes profesionales –tal vez seamos algunos de nosotros– vienen a ver. Su camino es a veces extraño cuando es una persona lejana o incluso en contradicción con la fe cristiana quien les da una indicación. Sucede. Tal era la situación de los sabios en Jerusalén. La indicación dada por Herodes es buena. De hecho, Jesús nació en Belén. El corazón de Herodes no lo es tanto.
La primera y más segura indicación la da la estrella. Su percepción por parte de los Magos es el comienzo de su fe. Incluso provoca una gran alegría cuando vuelve a aparecer. La estrella ilumina la noche, la estrella forma una constelación con otras, la estrella avanza, la estrella es misteriosa. El alma infantil de Teresa ama las estrellas, le encanta mirarlas, discernirlas. Le dice a su papá que ve en el cielo un grupo de estrellas que forman una T, T como Teresa: deduce que su nombre está escrito en el cielo (ver A 18). La estrella de la mañana lleva en su escudo tanto a Jesús según el apocalipsis, como a María según las letanías. Teresa afirma en una carta a su tía Guérin en 1896: “Nací bajo una estrella feliz” sabiendo que el buen Dios dio a sus padres como ningún otro en la tierra, según su expresión (C 202, 57).
¿Qué hacemos, hermanos y hermanas, con la Creación, con su contemplación, con el Creador? ¿Qué hacemos con la alegría que trae consigo esa armonía? Ciertamente la actividad humana puede dañarla y las perturbaciones pueden asustarnos, pero todo esto no puede borrar la Palabra de Dios que contiene. A principios de este año, es decir en un momento en el que cada vez somos más conscientes de estar en el tiempo creado, os animo a leer la obra de amor de Dios en la Creación.
El cielo es nuestro horizonte, un horizonte indefinido que Dios nos llama a mirar como un horizonte infinito. Todo lo que hay debajo del cielo vuelve a pertenecerle a Él desde que Su Hijo vino a hacer allí Su hogar, desde que Aquel que nunca fue creado se convirtió en uno de nosotros, Sus criaturas.
La Palabra de Dios que es Creación se abre a una Palabra más sorprendente, la del niño Dios. Ante el acontecimiento extraordinario del nacimiento en Belén del Hijo de Dios, la Creación parece desvanecerse. Teresa lo traduce en un poema escrito en esta fiesta de la Epifanía: “Que todos se preparen… / ¡La estrella se detiene!… Entremos todos en la celebración / Adoremos al Niño”.
A decir verdad, la Palabra de la creación se borra dos veces: una vez desaparece ante la maldad de Herodes, otra vez se detiene ante el Niño Dios.
Hermanos y hermanas, tengamos cuidado de que nuestra maldad no haga desaparecer de nuestros ojos las señales del amor de Dios en su creación; pero dejémonos llevar a la adoración donde no existe nada más que Dios y su plan de amor para nosotros, para todos. En 1886, las alegrías muy legítimas de la Navidad se desvanecieron para Teresa ante el amor de Dios, su amor por todos, tanto por los grandes criminales como por los sacerdotes.
Al inicio de este año jubilar, dejemos entrar en nuestros corazones la caridad que alimenta la esperanza. Entreguémonos a los actos de caridad a los que nos lleva nuestra fe en Dios como hijos por amor.
Dominique Lebrun
Arzobispo de Ruán.